Diez años del Acuerdo de París: una década de promesas incumplidas ante una crisis que se acelera
El 12 de diciembre de 2015, el mundo celebró la adopción del Acuerdo de París como el inicio de una nueva era climática. Diez años después, los avances logrados quedan opacados por una realidad incómoda: las emisiones globales siguen aumentando, los impactos climáticos se profundizan y la meta de 1.5°C —el límite que la ciencia señala como umbral de seguridad— se aleja a un ritmo alarmante.
Lejos de encaminar al planeta por una senda de descarbonización rápida y sostenida, la década posterior a París estuvo marcada por la brecha creciente entre los compromisos políticos y las acciones reales. Las señales de progreso existen, pero son insuficientes frente a una crisis cuyo ritmo supera ampliamente la velocidad de respuesta de gobiernos y empresas.
Una transición energética que avanza, pero no transforma
La instalación masiva de energías renovables es uno de los logros más visibles desde 2015. Sin embargo, el crecimiento de solar y eólica —aunque acelerado— no logró desplazar en la misma proporción al petróleo, el gas y el carbón.
Los combustibles fósiles siguen siendo la columna vertebral del sistema energético mundial, y varios países incluso ampliaron su producción durante la última década. En paralelo, las empresas del sector continúan proyectando inversiones incompatibles con el límite de 1.5°C, mientras muchos gobiernos mantienen subsidios multimillonarios a combustibles fósiles.
La transición energética existe, pero convive con un modelo fósil que no cede su hegemonía. Y sin una reducción absoluta y rápida del uso de petróleo, gas y carbón, las energías limpias por sí solas no alcanzan para modificar el rumbo.
Un planeta más caliente y más vulnerable
La última década confirmó los peores escenarios climáticos. Los años más cálidos jamás registrados ocurrieron después de París; las olas de calor, inundaciones y sequías se intensificaron; y la pérdida de ecosistemas críticos —glaciares, humedales, bosques— se aceleró.
El avance del daño ambiental es más rápido que la capacidad de adaptación de las sociedades. Y, mientras tanto, las estrategias de adaptación siguen sin financiamiento adecuado y sin prioridad política en numerosos países.
La brecha de ambición: la falla estructural del sistema climático global
El corazón del problema es la falta de ambición real. Las NDC presentadas en estos diez años son insuficientes y, en muchos casos, carecen de planes concretos de implementación. Si todos los compromisos actuales se cumplieran —un escenario optimista— el planeta se dirige a un calentamiento de alrededor de 2.5°C.
Esto implica aceptar, de manera implícita, un nivel de riesgo global incompatible con la estabilidad económica, social y ecológica. La ciencia es clara, pero la política climática global continúa operando con la lógica de la postergación.
El financiamiento climático es otro punto crítico: las promesas históricas se incumplen sistemáticamente y los países más vulnerables reciben una fracción de lo que necesitan para enfrentar impactos que no generaron. El nuevo fondo para pérdidas y daños es un avance, pero llega diez años tarde y con montos incipientes.
París, un marco necesario pero debilitado por la falta de voluntad
El Acuerdo de París sigue siendo un instrumento central: estableció metas, mecanismos de reporte y una visión compartida. Pero su eficacia quedó limitada por la renuencia de los países a asumir obligaciones vinculantes, a eliminar subsidios fósiles y a acelerar transformaciones estructurales.
Diez años después, el diagnóstico es grave: el mundo celebra avances incrementales mientras enfrenta impactos exponenciales. El tiempo que queda para sostener la ventana del 1.5°C se mide en años, no en décadas.
Si París marcó el rumbo, la década que viene definirá si ese rumbo se toma en serio o si el acuerdo más importante de la historia climática termina recordado como una oportunidad desaprovechada en el momento más crítico para el planeta.