PIAP: vuelve el debate por el futuro de la planta de agua pesada en Neuquén

La Planta Industrial de Agua Pesada (PIAP), ubicada en Arroyito, Neuquén, vuelve a estar en el centro del debate público. Durante décadas, fue presentada como un emblema de las ambiciones nucleares argentinas. Pero también ha sido, para muchos, símbolo de frustraciones: planes inconclusos, mercados que nunca llegaron a consolidarse y anuncios más políticos que técnicos.
Hoy, en medio de versiones sobre una posible reactivación, surge la necesidad de un debate realista sobre el futuro de la planta y su rol en el sector energético argentino.
En los últimos días, funcionarios y referentes del sector han dejado trascender la posibilidad de retomar la producción de agua pesada. El argumento es entendible: la PIAP fue construida con ese fin. Sin embargo, los números no cierran, al menos en el contexto actual.
El mercado global de agua pesada —clave para el funcionamiento de reactores nucleares tipo CANDU— es extremadamente limitado. Y aunque Argentina cuenta con tecnología y experiencia acumulada, no hay señales de demanda sostenida que justifique la reactivación de una planta de esta envergadura.
Además, los costos de reinicio y mantenimiento son altos, y la viabilidad económica del proyecto sigue siendo una incógnita, especialmente si no se define un plan estratégico a largo plazo para el sector nuclear argentino.
Tecnología extranjera y mitos locales
Más allá de las intenciones políticas, conviene recordar el verdadero origen de la PIAP. Lejos de ser una planta de diseño argentino, la instalación fue comprada bajo un contrato llave en mano a la firma suiza Sulzer, que no solo diseñó sino también construyó la planta. Sulzer, de hecho, es todavía propietaria del diseño tecnológico.
No hay nada cuestionable en que una planta tenga origen extranjero. Pero sí es importante dejar de lado relatos idealizados que presentan a la PIAP como una obra “nacional y popular” o una expresión pura de soberanía tecnológica. Ese tipo de relatos, que en su momento entusiasmaron a muchos, terminaron generando expectativas desmedidas y, con el tiempo, una profunda desilusión tanto en los trabajadores como en la ciudadanía.
Volver a hablar de la PIAP es necesario. Pero hacerlo con datos concretos, estudios de factibilidad y proyecciones claras. La reactivación debe estar basada en un análisis serio de costos, mercados y posibilidades reales, no en gestos simbólicos o en la necesidad de dar respuestas coyunturales.
Detrás de la planta hay una comunidad de trabajadores técnicos altamente capacitados, un legado industrial valioso y una historia que merece mejor destino que el abandono o el uso político. Pero también hay que evitar repetir los errores del pasado, cuando se hicieron anuncios que no tenían correlato en la realidad.
El futuro de la PIAP no puede resolverse con consignas, sino con políticas públicas responsables, inversión sostenida y una visión estratégica sobre el rol del sector nuclear en la matriz energética nacional. Es hora de discutirlo con madurez y sin autoengaños.