COP30: el desafío de hacer operativa la Meta Global de Adaptación
Para comprender el momento decisivo que atraviesa la agenda climática en Belém, es necesario entender al Artículo 7 del Acuerdo de París. Ese artículo elevó la adaptación al mismo nivel que la mitigación, estableció una meta global —hoy conocida como Meta Global de Adaptación (GGA, por sus siglas en inglés)— y sentó las bases para planificar, cooperar y medir los avances en resiliencia y reducción de vulnerabilidades a escala internacional.
El primer gran paso para operacionalizar esa meta llegó en 2023, durante la COP28 en Dubái, con la adopción del Marco de EAU, que definió 11 metas globales y un esquema para volver la GGA un instrumento práctico. Pero el verdadero desafío comienza ahora: implementarla.
Belém: la oportunidad para volver la GGA medible y efectiva
En esta COP30, el objetivo central es adoptar un conjunto de indicadores globales que permitan evaluar de manera concreta los avances en adaptación. Se trata de una definición clave para que las medidas implementadas por los países puedan ser medibles, efectivas y escalables. Sin este paso, la GGA corre el riesgo de quedar como una declaración de intenciones sin capacidad real de seguimiento.
Además, los países deben avanzar en los medios de implementación, lo que implica cerrar la brecha de financiamiento, fortalecer el apoyo técnico y asegurar la transferencia de tecnología necesaria para alcanzar las metas del marco.
¿Por qué es fundamental avanzar ahora?
La adaptación es un pilar indispensable para proteger a las poblaciones más vulnerables frente a los efectos del cambio climático. Sin indicadores claros, el progreso no puede medirse ni financiarse adecuadamente. Y si las acciones nacionales son descoordinadas o inconsistentes, se dificulta evaluar si realmente reducen las vulnerabilidades, que es el objetivo principal.
A esto se suma un riesgo mayor: la brecha de financiamiento, especialmente para los países en desarrollo. Sin un marco operativo, dicha brecha podría no sólo persistir sino incluso incrementarse, dejando a numerosos proyectos sin ejecutar. La GGA, una vez plenamente activada, será clave para movilizar recursos internacionales y privados destinados a reforzar la resiliencia climática.
Belém tiene la oportunidad de marcar un antes y un después en materia de adaptación. Convertir a la GGA en una herramienta operativa, medible y financiable no es solo una necesidad técnica: es una urgencia climática.