Hidrógeno verde: Fortescue pone en stand by sus inversiones en Argentina

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La minera australiana Fortescue, una de las compañías que más había entusiasmado al gobierno argentino con su ambiciosa promesa de producir hidrógeno verde a escala industrial, confirmó un cambio radical en su estrategia global: abandonará buena parte de sus proyectos en energía verde y volverá a enfocarse en su negocio principal, el mineral de hierro. Esta decisión deja en suspenso iniciativas clave en Santa Cruz y Río Negro, donde la empresa había anunciado inversiones millonarias en nombre de la transición energética.

El anuncio fue realizado por Agustín Pichot, ex capitán de Los Pumas y flamante director ejecutivo de crecimiento y energía de Fortescue, quien reconoció que el grupo está «reconsiderando su cartera global» y priorizando los resultados comerciales. En palabras del propio Pichot: “Eso ha implicado tomar decisiones difíciles”.

La transición energética, en pausa

Fortescue había sido presentada como una pionera global del hidrógeno verde, una tecnología que prometía revolucionar la matriz energética con fuentes limpias y sustituir el uso de combustibles fósiles en la industria pesada. En la Patagonia argentina, la compañía aseguraba que invertiría 8.400 millones de dólares para producir hidrógeno con energía eólica, generando más de 15.000 empleos directos y hasta 50.000 indirectos.

Pero a cuatro años de esos anuncios, la realidad muestra una pausa preocupante. No sólo se han paralizado los estudios de prospección, sino que proyectos mineros como Rincones de Araya y Calderón-Calderoncito, en San Juan, ya habrían sido devueltos al Estado. Incluso el emblemático proyecto en Río Negro nunca superó la etapa declarativa. La energía verde, tan promocionada, quedó atrapada en el terreno de las promesas incumplidas.

Retroceso global con impacto local

A nivel internacional, Fortescue también enfrenta problemas. En Estados Unidos, la empresa atribuye la cancelación de su proyecto de hidrógeno en Arizona a un cambio en las prioridades políticas y una “falta de certeza” en los incentivos verdes. Esta incertidumbre, según Pichot, ha frenado el desarrollo de nuevos mercados y desincentivado las inversiones. Como resultado, Fortescue registrará una depreciación de 150 millones de dólares, vinculada a gastos no recuperables de sus iniciativas en energía limpia.

Si bien la empresa insiste en que no abandonará completamente la agenda ambiental, su giro hacia un enfoque “más disciplinado” y orientado al retorno económico plantea una alerta clave sobre la viabilidad de la transición energética basada exclusivamente en capitales privados. Como reconoce el propio Pichot: “Ser el primero no siempre es fácil, pero debemos ser realistas y ahorrativos con los recursos que nuestros accionistas nos han confiado”.

¿Lecciones para la política ambiental argentina?

El retroceso de Fortescue deja varias enseñanzas incómodas para la estrategia energética argentina. La primera es que no basta con atraer anuncios millonarios si no existen políticas públicas claras, sostenidas y con control social. La segunda, que la descarbonización no puede depender exclusivamente del interés de grandes empresas extranjeras, cuyos movimientos responden más a fluctuaciones del mercado global que a necesidades locales.

En ese sentido, también se reaviva el debate sobre cuál es el modelo de desarrollo más adecuado para la transición energética: ¿una Patagonia colonizada por megaproyectos extractivos o un proceso participativo y descentralizado, con beneficios tangibles para las comunidades y respeto ambiental?

Fortescue, que alguna vez prometió transformar la matriz energética argentina desde el sur, vuelve a mirar al hierro y deja, al menos por ahora, la energía verde en segundo plano. En un contexto de urgencia climática, este tipo de virajes refuerzan la necesidad de una planificación ambiental estatal, soberana y sustentable, que no quede a merced de las decisiones corporativas.